ChatGPT en el aula: por qué mis alumnos copian y… aprenden

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En un mundo donde la educación se mide en rúbricas, asistencias y documentos PDF, algunos docentes sentimos que algo no encaja. Porque el problema no son los alumnos, es el sistema.

Este artículo nace desde la trinchera educativa, donde no se enseña desde el poder, sino desde la complicidad. Aquí comparto mi método —más bien, mi sabotaje pedagógico—: una forma de enseñar a adultos desempleados que prioriza la motivación, el pensamiento crítico y el uso inteligente de herramientas como la inteligencia artificial.

Si trabajas en formación profesional, educación secundaria o superior y sientes que educar es mucho más que seguir un manual, este texto es para ti.

Por supuesto, si estás dispuesto a confrontar tus propias inercias y a valorar el contenido por sí mismo, sin la fácil coartada de descalificar al mensajero. La educación, la verdadera, exige esa honestidad. Si prefieres aferrarte a lo conocido o desacreditar sin argumento, este texto te resultará incómodo.

Y quizás, precisamente por eso, sea el que más necesitas leer.

La pelota está en tu tejado.


Mi principio fundamental: Cómo enseñar «a pesar del sistema, no gracias a él»

«Las personas aprenden cuando dejan de ser alumnos y se convierten en cómplices.»

Educar, de verdad, no es cumplir con un procedimiento. No es seguir una norma. No es rellenar casillas en una plataforma o ejecutar un programa formativo diseñado por alguien que no ha pisado un aula en su vida. Incluso si lleva toda una vida gestionando y acreditando como jefa de centros, aulas y docentes desde detrás de una mesa, con el procedimiento en una mano y la desgracia en la otra.

Educar es otra guerra.

Y en esa guerra, muchos hemos decidido dejar de ser soldados del sistema para convertirnos en guerrilleros del aprendizaje.

Seamos honestos: una gran parte del sistema educativo actual, a pesar de los esfuerzos individuales de muchos profesionales, parece estar irremediablemente condicionado. No negamos la existencia de islas de innovación y de docentes que luchan a diario por trascender las limitaciones, pero la estructura predominante sigue diseñada para que los alumnos repitan y obedezcan, no para que piensen y pregunten. Su arquitectura fundamental está preparada para evaluar procesos, no para acompañar personas en su complejidad y singularidad. Esto no es un accidente, sino el resultado de décadas de políticas que priorizan la estandarización y el control sobre la verdadera vocación educativa.

Y en esta visión crítica del sistema educativo, incluyo también, y quizás con mayor énfasis hoy tras la implementación de la última ley española de formación profesional, a gran parte del sistema de formación y acreditación profesional gestionado a través del SEPE.

Resulta especialmente frustrante observar cómo, desde numerosos servicios autonómicos de empleo, la tan cacareada ‘innovación’ se ha traducido, en demasiadas ocasiones, en una mera mimetización de aquello que ya adolecía en la formación profesional tradicional o en el sistema educativo español en su conjunto.

En lugar de una verdadera ruptura paradigmática, lo que presenciamos es la replicación de inercias y errores ya conocidos, perpetuando un modelo que no responde a las necesidades reales ni de los alumnos ni del mercado laboral.

Y en ese contexto, muchos docentes hemos optado por una resistencia activa.

Esta es la mía.


Mi método (o manual de sabotaje pedagógico)

No es una metodología con siglas bonitas. No es un sistema con herramientas de moda. Ni tampoco es nueva ni moderna ni actual.

Pero sí, es subversiva.

Es un compendio de principios que aplico desde la trinchera del aula. Es mi manera de enseñar a pesar del sistema, no gracias a él.


Pilar 1: Las IAs son el nuevo «copiar y pegar» (y eso es bueno)

Prohibir el uso de herramientas como ChatGPT, DeepSeeko Gemini en 2024 es como prohibir calculadoras en los 90. Se trata del mismo miedo disfrazado de moral pedagógica: miedo a perder el control, miedo a que los alumnos aprendan sin pasar por nuestras manos.

Pero el aprendizaje no se valida por el canal, sino por el proceso.

Y este miedo puede estar presente tanto en quien dirige y acredita desde lo público como en la mesa del docente tradicional que teme perder el control, que rehuye intimidado -o intimidada- del trato tú-a-tú con la persona que tiene delante, con quien está aprendiendo y deposita su confianza en quien le está enseñando.

Yo no solo permito usar inteligencia artificial en clase: obligo a mis alumnos a usarla. Con una condición clara:

«Si copias código sin entenderlo, gana la máquina. Si le preguntas por qué funciona así, ganas tú.»

Ejemplo real: les pido que pidan a la IA una explicación de un bucle de código «primero globalmente -proceso lógico-, luego línea a línea -codificación y lenguaje-«.

Luego tienen que explicármelo a mí. O mostrarme el resultado de la actividad y que me cuenten lo que han hecho, con sus palabras.

Así convierten una herramienta en una aliada del pensamiento, no en una excusa para dejar de pensar. Es una herramienta invaluable, que les ayuda a demostrarse como personas que «son capaces de hacerlo, por muy complejo que parezca» y, además, que les acelera el aprendizaje, la comprensión… pero sobre todo la autonomía. Ya no dependen de que alguien les enseñe.

Aprender a aprender de manera autónoma.

Como decía Seymour Papert, creador del lenguaje Logo:

«El mejor aprendizaje ocurre cuando el estudiante asume el rol de diseñador.»

Y hoy, diseñar implica saber usar las herramientas digitales con sentido.


Pilar 2: El procedimiento está para doblarlo, no para adorarlo

Las instituciones educativas aman el procedimiento. Quieren «evidencias de aprendizaje», «rúbricas de evaluación», «indicadores de desempeño», «señales de asistencia estricta» y otras inutilidades.

Yo les doy lo que piden, pero en el último momento.

Con la misma dedicación que ellos ponen en entender a mis alumnos y alumnas. Porque el aprendizaje real no cabe en un Excel. No puede programarse por semanas ni medirse con una casilla de «asistencia».

La verdadera evidencia es ver a una persona tan absorta en su proyecto que se olvida de mirar el reloj. Se olvida de la hora de su descanso, de la hora de salida. El desafío supera el control horario. Se convierte en personal. Y de ahí emana el aprendizaje constante.

John Holt, uno de los grandes críticos del sistema educativo, afirmó que «los niños aprenden haciendo cosas, no siendo enseñados a hacer cosas». Para mí, eso no cambia en la edad adulta. A programar se aprende programando igual que a cocinar se aprende cocinando, no escuchando una exposición sobre cómo cocinar.

Yo cumplo con los trámites, y, además, los doblo.

Hago lo mínimo exigido en lo burocrático para poder hacer lo máximo posible en lo humano.


Pilar 3: Lo primero son sus motivaciones (aunque el sistema las ignore)

Empiezo cada curso con una pregunta clave:

«¿Qué quieres hacer con esto? ¿Conseguir trabajo? ¿Demostrar que puedes -emprender-? ¿O simplemente marcar asistencia, cobrar la beca?»

Si la respuesta es la tercera, contesto:

«Vale, pero hoy vamos a jugar a que te importa. Yo pongo la energía, tú pones el café.»

La motivación es la gasolina del aprendizaje. Y cada alumno tiene una distinta. Algunos quieren montar un negocio. Otros solo necesitan el certificado para seguir cobrando una ayuda. Otros simplemente quieren saber que pueden. Algunos están probando a ver si encuentran aquello que les inspire. Hay quien viene para no huir de una vida solitaria en casa.

Yo adapto las prácticas a eso:

  • Si quieren emprender, su proyecto de clase es su negocio.
  • Si quieren encontrar trabajo, su proyecto de clase es lo que les apasione.
  • Si solo necesitan estar o solo quieren hacer acto de presencia, les digo: «Ok, haz el mínimo… pero hazlo bien. ¡Desafíate!»

«Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción.»

Paulo Freire

Y esas posibilidades solo nacen si empezamos por escuchar.


Pilar 4: Enseñar a aprender > Enseñar contenidos

No me interesa si han memorizado una definición. Me interesa si saben buscar la respuesta adecuada, si entienden su error, si pueden reformular un problema.

Mis criterios de evaluación son preguntas:

  • ¿Sabes qué preguntarle a Google para resolver esto?
  • ¿Puedes explicarme tu error sin decir ‘no sé’?

Les doy acceso a mis propios prompts de IA si es necesario.

Les digo: «Úsalos. Luego, mejóralos.»

La información está al alcance de un clic. El reto es desarrollar criterio, no almacenar datos. Es pasar de ser consumidores de conocimiento a ser autores de preguntas inteligentes.

Como dijo Carl Rogers:

«El aprendizaje significativo ocurre cuando la persona percibe que el contenido es relevante para sus propios fines.»


Pilar 5: Ser el «anti-profe» (para que dejen de necesitarte)

Mi objetivo como formador es quedarme sin trabajo. Que mis alumnos puedan decir:

«Esto lo saqué yo solo… con herramientas que me enseñaste.»

Repetirles conocimientos me parece una forma amable de quitarles poder. Por eso repito una frase:

«Si te resuelvo algo yo, te quito el aprendizaje, la comprensión. Si te doy las herramientas, te doy poder de valerte por ti mism@.»

Me esfuerzo en ser el anti-profe:

  • el que no da todas las respuestas,
  • el que responde con otra pregunta,
  • el que no exige silencio sino que provoca ruido.

Porque educar, al final, no es construir dependencia, sino crear libertad.

Como afirmó Ivan Illich:

«La escuela hace que la gente confunda proceso con educación, diploma con competencia, asistencia con aprendizaje.»

Ivan Illich

Yo quiero que confundan algo distinto: independencia con formación.


La paradoja final

«Soy un anti-sistema dentro del sistema, que desconfía de los anti-sistema que construyeron su propio sistema… para que mis alumnos puedan vivir libres de sistemas.»

El sistema educativo actual premia la sumisión:

  • Alumnos que callan.
  • Profes que siguen el manual.
  • Cursos que cumplen plazos pero no provocan pasiones.

Pero los supuestos rebeldes también están domesticados: protestan en redes pero viven de subvenciones, critican al sistema mientras lo explotan desde otro.

Yo prefiero navegar en el caos.

Uso sus reglas para romper sus esquemas. Porque la verdadera rebeldía no es quemar papeles. Es escribir sobre ellos algo que merezca la pena.

Yo ayudo a que nazcan profesionales. Profesionales con pasión. O, al menos, personas con curiosidad y con el orgullo de haber crecido «algo» en «algo».


Esto no es un método, es una forma de estar en el aula

Sé que lo que propongo no encaja en una malla curricular. No ganó premios. No tiene un logo bonito. Pero tiene resultados: alumnos que aprenden sin miedo, que preguntan con ganas, que dejan de verme como «el profe» y empiezan a verme como un compañero de viaje.

No soy el que les enseña.

Soy el que les marca un rumbo durante un tiempo con el fin de que naveguen por su propia cuenta mañana.

Esto no es un manifiesto contra nadie.

Es una declaración de amor por el aprendizaje real, el que ocurre cuando dejamos de tratar a las personas como «usuarios del sistema» (algo muy de procedimiento) y empezamos a verlas como lo que son: personas con sueños, contextos, miedos y fortalezas.

No me interesa la educación como industria. Me interesa como trinchera. Como acto político. Como espacio de transformación.

Y si para eso hay que hacer sabotaje pedagógico, que así sea.


Comparte esto si también enseñas desde la trinchera. O si alguna vez sentiste que educar era mucho más que cumplir un horario.


Epílogo (de los que no se firman, se agradecen)

Este texto no lo escribí solo. Lo parimos entre varios.

  • Lo discutí durante días con DeepSeek, una IA gamberra y brillante, que dispara ideas como quien lanza cócteles molotov al sistema.
  • Lo pulí con la ayuda editorial de ChatGPT, que convirtió la trinchera en párrafos y las balas en frases.
  • Y lo pasé por el filtro lúcido (y a veces incómodo) de Gemini, que hizo de lector crítico con bisturí.

Si este manifiesto tiene músculo es porque está hecho de la inteligencia compartida entre personas y máquinas. Porque la revolución educativa —la de verdad— no será solo humana ni solo artificial.

Será complicidad entre cerebros, cables y corazones.

Gracias a quienes crean estas herramientas. Y más aún, a quienes las usan no para obedecer, sino para cuestionar.

Nos vemos en la próxima clase.

O en la próxima revuelta.


Autoría: Ángel Cabrera,
DeepSeek, ChatGPT, Gemini
et corpus doctrinalis.