Hace un tiempo, me encontré con una situación que se ha vuelto un clásico en mi vida como freelance técnico y docente: un cliente (o estudiante, dependiendo del día) me pregunta:
- Oye, ¿cuál es la mejor metodología de gestión de proyectos?
Mi primera reacción suele ser poner cara de sabio y responder con un muy profesional:
- ¡Depende!
Luego viene el dilema existencial: ¿les explico por qué depende o los dejo con la intriga para que crean que soy un gurú incomprendido?
La verdad es que responder esta pregunta es como decidir qué herramienta usar para arreglar algo en casa. A veces necesitas un destornillador, otras un martillo y otras… bueno, rezar porque no se te caiga encima.
Con las metodologías de gestión de proyectos, en todos los ámbitos, pero muy-mucho en los proyectos de análisis de datos, pasa lo mismo.
Pero, como hoy me siento generoso, para que tengas argumentos cuando vayas a vender estos servicios, voy a reflexionar sobre las bondades y las tragedias de estas metodologías desde mi experiencia.
Waterfall: el clásico que siempre aparece en las reuniones de nostalgía
Waterfall es esa metodología que me recuerda a los manuales de instrucciones de los muebles de IKEA. Todo está perfectamente secuenciado: fase 1, fase 2, fase 3… Resumiendo, dirigir proyectos como se ha hecho toda la vida. Y, ojo, no lo critico. Cuando hace falta esta metodología es porque si te saltas una fase (un paso de las intrucciones de IKEA), prepárate para un desastre monumental porque algo no va a encajar.
En los proyectos técnicos, esto puede ser una bendición: tener un plan detallado desde el principio es ideal cuando el cliente sabe exactamente qué quiere. Claro que esto sucede una vez cada eclipse solar.
El gran problema de Waterfall es que es inflexible.
Si en la fase de pruebas descubres que el diseño estaba mal, tienes dos opciones: llorar en silencio o rehacer todo desde el principio. Y si esto pasa en el ámbito educativo, olvídate de motivar al estudiante que ya llegó a la fase final con el entusiasmo de un koala somnoliento.
Es una tragedia difícil de justificar, son problemas muy complejos de solucionar y, sobre todo, se convierten en motivos para abusar de los ansiolíticos.
Agile: el anarquista organizado
Agile es como ese compañero de clase que improvisaba en las presentaciones y aún así sacaba mejor nota que tú. Parece caótico, pero tiene su método.
Personalmente adoro la filosofía de Agile cuando trabajo con proyectos donde todo cambia cada cinco minutos (hola, clientes que decís “no sé, sorpréndeme”). De hecho, adoro Agile porque se adapta como un guante a mi propia forma de ser y actuar como profesional, aparentemente caótico pero realmente metódico y altamente adaptativo a las circunstancias y situaciones.
Los sprints cortos, las revisiones constantes y el feedback frecuente son perfectos para adaptarse sobre la marcha. Además, un sprint se convierte de por sí en algo por lo que sentirse motivado y satisfecho. ¡Has llegado a una meta volante… a por la siguiente!
Pero hay un detalle que siempre me hace reír (por no llorar). Si conoces de lo que hablo, confirma o desmiente: ¿te has fijado que muchas veces “ser Agile” se convierte en “no tener ni idea de qué estamos haciendo, pero vamos a llamarlo iteración”?
Si estás en un equipo bien organizado, Agile es un sueño. Si no, es como intentar armar un rompecabezas sin la imagen de referencia. ¡A base de pura intuición!
En la docencia, Agile puede ser divertido si enseñas algo creativo, pero también puede ser el motivo por el cual tus estudiantes empiecen a desear que vuelvas a usar diapositivas aburridas pero seguras.
Lean: menos es más (pero a veces menos es un problema)
Lean es mi metodología favorita cuando quiero impresionar diciendo que sé trabajar eficientemente. Eliminar el desperdicio, optimizar los procesos, centrarse en el valor… todo suena tan elegante que casi te imaginas trabajando en una oficina minimalista con vistas al mar.
La realidad, sin embargo, es que aplicar Lean a veces significa tener que convencer a todos de que menos reuniones también es más productividad (y menos excusas para postergar el trabajo).
El concepto de las 5S en Lean es maravilloso, especialmente si eres un fanático del orden. Pero también puede llevarte a discusiones violentas con tu equipo cuando alguien diga que “reorganizar la base de datos según las 5S no aporta valor inmediato”.
En la docencia, Lean puede ser un arma de doble filo. Enseñar a los estudiantes a enfocarse solo en lo esencial es genial, pero también puede hacer que digan: “Profe, ¿esto entra en el examen o lo puedo ignorar?”. Sobre todo esa pregunta, la hacen siempre.
Six Sigma: la perfección (o una forma de volverte loco)
Six Sigma es como el amigo perfeccionista que mide con regla si el marco de la puerta está perfectamente recto. Es como el cuñado que lo sabe todo porque necesita saberlo todo para que todo esté perfectamente medido y controlado.
Reducir la variación al máximo y asegurar una calidad cercana al 100% es ideal en industrias como la aeroespacial o la farmacéutica.
Pero, sinceramente, en algunos proyectos me pregunto si realmente necesitamos una calidad del 99,99966%. ¿Es tan grave si el informe tiene una coma fuera de lugar?
Como docente, aplicar Six Sigma es complicado. Intentar medir la calidad del aprendizaje con un enfoque tan riguroso puede hacer que olvides que los estudiantes son personas, no procesos de producción.
Aunque admito que el enfoque DMAIC (Definir, Medir, Analizar, Mejorar, Controlar) tiene su encanto para diseñar un curso bien estructurado. De hecho, no necesitas aplicar Six Sigma como un dictador, ni en el ejercicio profesional ni en la docencia, pero sí aprovecharte de sus frameworks de desarrollo.
Y aquí es donde aparece Lean.
Lean Six Sigma: el híbrido que promete todo
Finalmente, está Lean Six Sigma, la combinación de dos mundos. En teoría, es como unir lo mejor de ambos enfoques: la eficiencia de Lean con la calidad de Six Sigma.
En la práctica, puede ser un caos si no tienes claro qué partes de cada metodología quieres usar. Es como hacer un batido con demasiados ingredientes: al final, sabe a todo y a nada.
En mi experiencia, Lean Six Sigma funciona mejor cuando el proyecto es crítico y no puedes permitirte errores, pero también necesitas avanzar rápido.
Claro, esto requiere un nivel de compromiso y coordinación que a veces parece sacado de una película de ciencia ficción.
Y, hay amiga, amigo, con las personas nos hemos topado. Son siempre el punto flaco de las estructuras rígidas como Waterfall o Six Sigma.
De ahí que adore tanto Agile, porque frente al enfrentamiento tengo la opción de la adaptación y reenfoque.
¿Y cuál elijo?
Y aquí es donde volvemos al principio: “Depende”.
- Si el cliente tiene una visión clara y los cambios son un tabú, Waterfall puede ser la elección (aunque entre tú y yo, Agile siempre estará presente en las alcantarillas del proyecto, siempre influyendo, porque no lo puedo evitar, porque va con mi personalidad).
- Si el proyecto está lleno de incertidumbre y creatividad, Agile brilla, me puedo explayar y divertir.
- Si tienes recursos limitados, Lean es tu mejor amigo. O más bien como ese cuñado al que odias y criticas pero al que siempre llamas para consultarle de todo, porque de todo controla.
- Y si buscas perfección, Six Sigma es el camino (si no te importa perder un poco de cordura por el camino), pero ya sé que me tendré que convertir en ese cabrón dictador que todo el mundo odia en el proyecto y al que todo el mundo olvida felicitar al llegar a meta y obtener éxito. Es lo que hay. (En estos casos triplico el precio, por cierto.)
Como freelance, mi filosofía es mezclar y adaptar.
Ninguna metodología es un traje que te quede perfecto, pero cada una tiene algo que ofrecer.
Y en la docencia, lo mismo: a veces necesitas la estructura de Waterfall para temas complejos y otras la flexibilidad de Agile para proyectos creativos.
Al final del día, la mejor metodología es aquella que hace que el cliente (o el estudiante) termine diciendo: “Esto superó mis expectativas”.
Y si eso no sucede, siempre puedes echarle la culpa al proceso iterativo. Total, será solo otra iteración más.
Aún así, recuerda…
Mezclar y adaptar.
Es el secreto.