Querido Google: te falta un fiscalizador con alma; y yo me ofrezco

Gracias por darme amor compartiendo en tu app favorita:

Si eres de esas personas que solo lee titulares, aquí va el resumen rápido:

Google, necesitas un defensor del usuario final dentro de tu estructura. No lo tienes. Y sí, con 36 años de experiencia profesional en el mundo de la tecnología, me postulo para ocupar ese lugar.

Ala, ya puedes seguir con tus cosas, tuitear desde una cuenta con avatar de anime o seguir defendiendo lo indefendible.

Fin del spoiler.

Y para quien tenga la paciencia y el tiempo suficiente, vamos con los matices.


La empresa más poderosa del mundo no tiene oposición interna

Google es, sin duda, una de las organizaciones más influyentes del planeta. No necesitas gobierno, parlamento ni ejército para controlar a millones de personas: basta con controlar la infraestructura digital sobre la que se construyen nuestras búsquedas, nuestras rutas, nuestras fotos, nuestras preguntas, nuestras palabras.

El poder no está ya en las armas, sino en los algoritmos.

Y sin embargo, en ese castillo de cristal hay algo que falta. Algo crucial. No tienes una figura interna, autónoma, crítica, incómoda si hace falta, que represente a quienes te usan todos los días sin saber siquiera cuánto control tienes sobre ellos.

No tienes una figura de defensor del pueblo digital.

No tienes una voz con peso dentro de tu maquinaria que se ponga del lado del usuario incluso cuando eso implique incomodar a tus propios intereses comerciales.

No tienes, en resumen, un fiscalizador ético que tenga libertad contractual, capacidad real de intervención y una voz propia con acceso a los lugares donde se toman las decisiones estratégicas.

Yo quiero ocupar ese puesto.


¿Y por qué yo?

Porque tengo 36 años de experiencia profesional en el sector tecnológico. He vivido el auge del internet libre, el nacimiento de la web, los primeros navegadores, el código abierto, las primeras grandes burbujas y las primeras grandes caídas. He trabajado desde dentro, he construido, he programado, he liderado.

Pero también he observado.

Y he aprendido algo que no suele figurar en los informes de resultados: la tecnología sin ética solo es eficiencia sin alma.

He sido testigo del paso del “hazlo posible” al “hazlo rentable”, y de ahí al “hazlo aunque no debas, ya pediremos perdón luego”. Y esa lógica, ese “todo vale”, ha podrido parte del alma de este sector. Por no decir todo el sector y sonar de exceso de catastrofismo.

Yo no vengo a pontificar ni a disfrazarme de sabio digital.

No vengo con túnicas ni con posturas mesiánicas. Vengo con contradicciones. Con una cabeza técnica, sí, pero también con un corazón que no ha dejado de ser un poco adolescente, un poco anarquista, un poco rebelde. El tipo de corazón que Google —y todas las grandes tecnológicas— necesita urgentemente dentro de sus entrañas.


Lo que te falta en tu estructura, Google

Tienes ingenieros, sí. Tienes abogados. Tienes departamentos de compliance. Tienes equipos de producto, de UX, de machine learning. Tienes oficinas brillantes, patinetes y cantinas. Tienes mesas de ping-pong, mindfulness corporativo y un código de conducta que nadie lee.

Pero no tienes a alguien cuya misión sea exclusivamente ponerse del lado del usuario cuando todo el resto tira en dirección contraria. Alguien que diga: “Esto que hacemos es rentable, pero injusto. Esto que diseñamos optimiza el clic, pero agota emocionalmente. Esto que calculamos es correcto, pero deshumaniza”.

Ese alguien no puede depender de tu departamento legal.

Ni de marketing.

Ni del equipo de experiencia de usuario, que vive atrapado entre métricas de conversión y storytelling impostado.

Tiene que tener libertad real. Independencia contractual. Un mandato explícito: representar al usuario como un fin en sí mismo, no como medio para obtener más datos.


No se trata de apagar incendios

No quiero ser el tipo al que llamas cuando te explota un escándalo de privacidad o cuando despides a una experta en ética de IA que dice verdades incómodas o a un programador que deja en evidencia tus pretendidas políticas de igualdad salarial.

No quiero apagar incendios.

Quiero estar antes de que alguien encienda la cerilla. Quiero estar en las reuniones donde se decide que ese nuevo servicio necesita captar datos que no hacen falta. Quiero estar cuando alguien propone que “esto lo podemos hacer porque aún no es ilegal”.

Y quiero poder decir: “No, aunque podamos, no debemos”.

Eso es ser fiscalizador.

Eso es tener alma.


¿Ridículo? Tal vez. ¿Necesario? Sin duda.

Sí, lo sé. Esto suena ambicioso, casi ingenuo. ¿Una sola voz crítica dentro de una multinacional que factura más que el PIB de muchos países? ¿Un defensor de los usuarios con silla en las reuniones donde se decide qué priorizar, qué monetizar, qué explotar?

Sí, suena ridículo.

Como ridículo sonó en su día tener un delegado sindical en una fábrica en los 50. Como sonó crear una comisión de bioética en laboratorios farmacéuticos. Como suena aún hoy decirle a una empresa que el progreso sin principios no es progreso, es simplemente dominación bien maquillada.

Yo no quiero censurarte. No quiero hacerte más lenta. No quiero ser una traba. Pero sí quiero ser una conciencia, aunque no sea tuya. Una conciencia que recuerde que hay cosas que no deben hacerse incluso si nadie las prohíbe. Una conciencia con permiso para hablar, para cuestionar, para decir “esto no”.

Con acceso, con legitimidad, con contrato.


El usuario necesita más que formularios de contacto

Porque el usuario de Google no tiene a quién acudir cuando un algoritmo le arruina la reputación. Cuando se le bloquea una cuenta sin explicación. Cuando una decisión automatizada lo deja fuera del mercado, del mapa o del sistema.

Los usuarios no necesitan más “centros de ayuda” o formularios automatizados respondidos con IAs que, a su vez, tienen sus propios límites. Necesitan representación real.

Un puente entre el poder técnico y la dignidad humana.

Y eso no se crea con un departamento nuevo. Se crea con una voluntad política dentro de la empresa. Con alguien que tenga autonomía. Con alguien que sepa de lo que habla, pero que también sienta lo que defiende.


Así que sí, me ofrezco

Me ofrezco con mi historia profesional, pero sobre todo con mi forma de mirar.

  • Con mi insistencia incómoda en hacer preguntas éticas.
  • Con mi rechazo al seguidismo, al fanatismo tecnológico, al pensamiento binario.
  • Con mi obsesión por la coherencia entre discurso y práctica.

Con mi certeza de que la libertad, aunque sea inalcanzable, es el faro que debe guiar todo lo que hacemos con esta herramienta descomunal que es la tecnología.

Me ofrezco a ser eso que falta.

Un fiscalizador con alma. Un defensor del usuario dentro de tu maquinaria perfecta. Alguien que incomode si hace falta. Que diga que no cuando todos dicen sí. Que piense en personas cuando todo el mundo piensa en métricas. No por arrogancia. No por virtud. Sino porque simplemente, si no existe esta figura, entonces estamos todos vendidos.

Así que aquí me tienes, Google.

Te escribo esta carta abierta para ofrecerme. Sé que no me llamarás mañana. No me llamarás nunca, de hecho. Tu algoritmo revisará este contenido e incluso es posible que lo indexe. Y ni un solo par de ojos de una persona real, de carne y hueso, de tu estructura, llegará a leer esta propuesta. Estoy seguro.

Pero el simple hecho de que esto se lea, aunque sea fuera de tus paredes, de que alguien más lo piense, de que se diga en voz alta, ya es un paso.

¡Porque no todo vale!

Porque, aunque nunca suceda, a veces hay que postularse para el trabajo que aún no existe. Porque la ética no se subcontrata. Porque, si nadie alza la mano, todo seguirá igual.

Y porque, sí, tal vez lo ridículo no es pedirlo… sino que aún no lo hayas creado.


Sé que habrá personas que leerán esta carta y pensarán «qué ridículo, cómo va a tirar Google piedras a su mismo tejado».

Primero, si eres de ese pensamiento tan básico, te diré que lo ridículo, como usuario o usuaria, es precisamente pensar eso, porque ese pensamiento, dónde tira las piedras, es a tu tejado, ya que te invisibiliza y te neutraliza frente a una organización que tiene casi tanto o más poder que el País en el que vives.

Y, dos, es ridículo por parte de Google ya que en Internet, en su corta historia si algo ha sido constante, es el constante cambio. Que Google lo domine todo hoy no significa que lo domine todo mañana. De hecho, hay evidentes signos de abandono. Los usuarios migran a otras plataformas que integran múltiples servicios: Meta, Telegram, Open AI…

Por no citar el enorme abanico de navegadores y buscadores que han surgido al amparo de las obligaciones impuestas a Google para limitar su abusivo monopolio en el sector. ¿O es que aún no te ha saltado la pantalla que te pide elegir buscador por defecto entre una enorme lista de posibilidades, ordenadas aleatoriamente cada vez?

Pues… eso.

Que lo ridículo no es que yo me postule.

Lo ridículo es tu pensamiento de oveja.