En el mundo de la consultoría técnica, los mentores y coaches prometen transformar organizaciones, mejorar procesos y llevar a las empresas a nuevos niveles de eficiencia.
Sin embargo, existe una verdad incómoda que rara vez se menciona en las conferencias, publicaciones de LinkedIn o testimonios de éxito: los fracasos.
El ciclo del humo y las promesas excesivas
Las áreas técnicas de consultoría son particularmente susceptibles al humo. La tentación de vender soluciones empaquetadas, recetas mágicas o metodologías infalibles es alta. Y cuando un cliente busca desesperadamente una solución, la promesa de resultados rápidos resulta seductora.
Demasiado seductora. Lo cierto es que como clientes nos encanta comprar soluciones mágicas y rápidas. Y cuánto más caras, más prometedoras.
Pero, ¿qué ocurre cuando estas promesas no se cumplen? En muchos casos, la falla no proviene solo del consultor, sino también del propio cliente. La resistencia al cambio, la falta de compromiso o incluso la incapacidad de la organización para implementar las recomendaciones son factores comunes.
Porque el factor humano es el mayor desafío en cualquier proceso de mejora. La cultura de una organización actúa como una red de creencias, valores y comportamientos que, en ocasiones, choca frontalmente con las nuevas ideas.
Incluso cuando el análisis técnico es impecable y las soluciones son viables, la falta de voluntad para cambiar puede condenar al fracaso cualquier iniciativa.
Un consultor experimentado sabe que el éxito no radica solo en proponer soluciones, sino en guiar el cambio, lidiar con resistencias y encontrar los caminos adecuados para cada contexto. Y aun así, el fracaso sigue siendo una posibilidad latente.
El silencio del fracaso
La paradoja es evidente: mientras más experiencia acumula un consultor, más fracasos ha enfrentado. Pero estos fracasos no suelen formar parte de su discurso público. El temor a la pérdida de reputación o a la falta de nuevos clientes impulsa a los profesionales a ocultar sus derrotas.
En lugar de reconocer y compartir esas experiencias como parte de su crecimiento, muchos eligen mostrar solo los éxitos. Esto genera una percepción irreal de la consultoría como una práctica infalible y perpetúa la creencia de que cualquier obstáculo es únicamente culpa del cliente.
Aceptar y comunicar los fracasos debería considerarse un signo de madurez profesional. Cada desafío no resuelto ofrece lecciones valiosas sobre lo que funciona y lo que no. Además, reconocer estos aprendizajes permite ajustar métodos, desarrollar nuevas estrategias y ser más eficaz en futuras intervenciones.
Los consultores que se atreven a hablar de sus fracasos no solo demuestran transparencia, sino que también transmiten confianza y credibilidad. Un cliente informado sobre los riesgos y desafíos reales de un proceso de mejora estará mejor preparado para afrontarlos.
La responsabilidad compartida
Es fundamental que tanto consultores como clientes comprendan que el éxito o fracaso de una iniciativa es compartido. La colaboración, la comunicación abierta y la disposición a enfrentar obstáculos juntos son aspectos clave.
Un consultor responsable no solo entrega un informe de recomendaciones, sino que también trabaja con la organización para asegurar su implementación. Del mismo modo, las empresas deben asumir su rol activo en el proceso, reconociendo que la mejora sostenible implica esfuerzo y compromiso.
Y, por supuesto, aceptar que el fracaso es un posible resultado. Como técnico, especialista en transformación digital, consultor, mentor o coach, no deberían pagarte por el éxito, sino por el proceso de cambio. Es nuestra responsabilidad concienciar que ese proceso puede ser un callejón sin salida, bien porque que el propio consultor puede no encontrar la forma adecuada para guiar los cambios o porque la propia organización (compuesta por personas, no por máquinas) es incapaz de asimilar y poner en marcha.
La consultoría técnica no es un campo de certezas absolutas. Es una práctica compleja, donde el éxito depende de múltiples variables y donde el fracaso es una posibilidad real. Sin embargo, lejos de ser una marca de incompetencia, el fracaso es un indicador de experiencia y aprendizaje.
Al romper el silencio sobre nuestras derrotas, transformamos la narrativa profesional. Mostramos que la verdadera excelencia no radica en evitar el fracaso a toda costa, sino en aprender de él, adaptarse y seguir adelante. Y ese es, quizá, el mayor valor que un consultor puede ofrecer a sus clientes: la experiencia de haber fallado y la sabiduría de haber aprendido.