Formación, IA, emprendimiento y proyectos que mueren demasiado pronto
En cada curso que imparto en el marco del SEPE, ya sea de marketing digital, programación o gestión empresarial, insisto en tres pilares:
- La Inteligencia Artificial Generativa como herramienta transversal.
- La aplicación del aprendizaje a ideas propias.
- La primacía del método sobre la herramienta.
Y sin embargo, hay algo que me frustra profundamente y que va más allá de lo técnico: ver cómo, una vez termina el curso, los proyectos personales que con tanto entusiasmo se inician… mueren. Y mueren en el corto plazo, además.
No por falta de talento.
No por falta de tiempo.
Sino por algo más profundo: no nos enseñaron a creer en nosotros mismos.
La IA generativa: presente y herramienta, no oráculo
La inclusión de herramientas de IA generativa como ChatGPT, Copilot o Midjourney no es una cuestión de moda. Es una necesidad formativa urgente. Pero también es un terreno lleno de riesgos si no se acompaña de criterio.
En todas mis formaciones, la IA no se enseña como truco, sino como proceso iterativo. Se trabaja con prompts, sí, pero sobre todo con la capacidad de evaluar, contrastar y filtrar. La IA es útil, pero el pensamiento sigue siendo humano.
«La IA no reemplazará a los trabajadores. Pero los trabajadores que la usen bien, sí reemplazarán a quienes no lo hagan.»
Ethan Mollick, The Wharton School
En 2023, el Future of Jobs Report del World Economic Forum estimó que el 44% de las habilidades laborales cambiarán en los próximos cinco años, siendo la adaptación a herramientas de IA una de las más críticas para todos los sectores.
Aprender con algo propio: motivación real, implicación total
Una de las estrategias que mejor resultado me da es que los alumnos trabajen sobre proyectos propios. Algo que realmente quieran construir. No un ejemplo ficticio, sino una idea que les importe.
Esto transforma la formación. La motivación se dispara. La implicación es total.
«Aprendemos mejor cuando construimos cosas que nos importan.»
Seymour Papert, MIT
El aprendizaje activo y personalizado no solo mejora la retención. Estudios como el de Bransford y Donovan (How People Learn, National Academies Press, 2000) demuestran que la aplicación contextualizada del conocimiento aumenta hasta en un 75% la capacidad de integrar nuevos conceptos de forma duradera.
Pero esto también implica un esfuerzo enorme para quien forma. No puedes enseñar en abstracto. Tienes que ponerte en la piel de cada alumno. Pensar como él o ella. Resolver desde su marco. Y eso, aunque agotador, da resultados espectaculares.
El método importa más que la herramienta
Otra obsesión que transmito siempre: el foco no está en la herramienta, sino en el proceso. En marketing, no se trata de saber usar Instagram, sino de saber por qué, cuándo y para qué publicas. En programación, no es saber la sintaxis de JavaScript, sino cómo resolver un problema con lógica.
Las herramientas cambian. El criterio no.
«Dar prioridad al pensamiento crítico, la resolución de problemas y el aprendizaje continuo es más importante que aprender tecnologías concretas.»
World Economic Forum, Skills Outlook 2023
El problema: el sistema educativo español sigue orientado al resultado, no al razonamiento. Se evalúa lo memorizado, no lo comprendido. Lo reproducido, no lo transformado. Esto se arrastra hasta la formación profesional.
(Por no mencionar, como he señalado en artículos anteriores, que muchos profesores, responsables de nuestros futuros profesionales, solo han tenido una experiencia en su vida: dar clases.)
La paradoja del tiempo: trabajar para otros, pero no para uno mismo
Aquí es donde empieza el gran bloqueo. La mayoría de personas que asisten a estas formaciones buscan empleo. Están dispuestas a dedicar 8 horas al día a una empresa externa. A una tarea que probablemente no les motive, por un salario fijo.
Pero cuando se trata de dedicar ese mismo tiempo a un proyecto propio —que ya está iniciado, que podría crecer, que no requiere inversión inicial—, las excusas aparecen: compromisos, cansancio, inseguridad, «ya lo haré».
¿Por qué?
Porque el trabajo externo tiene estructura. Seguridad. Una lógica aceptada socialmente. Mientras que el proyecto propio exige una fe en uno mismo que no nos han enseñado a construir.
«El mayor predictor del éxito emprendedor no es el conocimiento técnico, sino la autoconfianza percibida.»
Global Entrepreneurship Monitor, Spain Report 2022
Y luego está el contexto. Emprender en España no es fácil. Según el informe Doing Business 2020 del Banco Mundial, España ocupa el puesto 97 del mundo en facilidad para abrir un negocio.
Darse de alta como autónomo implica:
- Cuotas fijas desde el primer mes (aunque no factures).
- Obligaciones fiscales trimestrales complejas.
- Burocracia no digitalizada en muchos casos.
Además, el GEM Spain Report 2023 indica que solo el 5,5% de la población adulta está involucrada en fases iniciales de emprendimiento. Y la percepción social del fracaso empresarial sigue siendo negativa, lo que refuerza el miedo a intentar.
Pero incluso si mejoraran las condiciones fiscales, seguiría faltando lo esencial: una cultura de autonomía personal y profesional.
La educación en España, desde edades tempranas, fomenta la obediencia, la pasividad, la dependencia de terceros para validar el propio valor. Se premia acertar a la primera, no intentar varias veces.
«Un sistema educativo que penaliza el error está penalizando el aprendizaje.»
Ken Robinson, autor de “El Elemento”
Por eso, cuando alguien tiene una idea, el impulso natural no es construirla. Es esperar que alguien te diga que vale la pena. Y si nadie lo hace, se abandona.
¿Cómo revertir esto? Propuestas aplicables
A pesar de todo, hay estrategias que funcionan. Algunas ya las aplico. Otras las propongo aquí para formadores, instituciones o responsables de programas públicos:
- 📌 Trabajar desde proyectos personales, no plantillas
Desde el primer día. No como «bonus», sino como columna vertebral del curso. - 📌 Fomentar la iteración y el error como parte del proceso
No evaluar solo resultados. Premiar intentos, evolución, análisis de errores. - 📌 Incluir diálogos sobre miedos, bloqueos y expectativas
El emprendimiento no es solo técnica. Es emocional. Hay que nombrarlo. - 📌 Simular entornos reales de creación (sin exigir darse de alta)
Trabajar como si se fuera a lanzar un negocio, pero sin cargas legales hasta que tenga sentido. - 📌 Ofrecer mentoría post-curso, aunque sea ligera
Un seguimiento de 1-3 meses puede marcar la diferencia entre que una idea muera o arranque.
Pero sobre todo, enseñar a creer para poder construir. Y no todos tienen que emprender. No es el único camino. Yo, por ejemplo, he aprendido que mi encaje en el medio no es el emprendimiento, es la generación de ideas. Llevar un negocio adelante no es algo que me motive en el medio y largo plazo. Pero sí construir cosas. Que luego otras las usen para emprender, no me importa.
Por eso sí creo que todos deberíamos saber que podemos. Creer que podemos construir algo nuevo es vital para tener una sociedad próspera, no creerlo es lo que nos diferencia de esas otras sociedades que tanto admiramos: sean nórdicas, alemanas, japonesas, chinas o norteamericanas (según cada quien, pone unas u otras de ejemplo).
Porque cuando una persona entiende que tiene herramientas, criterio y capacidad para iniciar algo propio, incluso si luego decide no hacerlo, ha ganado algo esencial: confianza.
Y esa confianza no se enseña solo con teoría.
Se transmite con el ejemplo, con el acompañamiento y con el respeto al proceso.
Si los proyectos que empiezan en clase mueren al terminar el curso, no es solo por falta de tiempo. Es porque nunca nos enseñaron a pensar que nuestra idea valía la pena.
Y sin esa base, todo lo demás —la IA, las herramientas, el método— se queda cojo.
Y los docentes, maniatados.