Imaginemos una situación. Estás en paro y das el paso de iniciar tu propio negocio, das el salto al autoempleo, una de las aventuras más emocionante que como profesional puedes realizar. Te hace falta un lugar donde trabajar.
Cuando los ingresos son mínimos, generalmente al principio, la primera alternativa es trabajar en casa. Si no te quedas sólo, porque tu pareja no trabaja, los niños aún no van al colegio, o están de vacaciones, te verás en una situación que muchos ya conocen. La familia, por mucho que te quiera, no comparte tu nivel de compromiso con tu trabajo y tus clientes. Es lo normal.
Llegado el momento te planteas alquilar tu propio despacho. Buscas una pequeña oficina de 20 ó 30 metros cuadrados, no más de 40. Lo amueblas, lo pintas, contratas una línea de teléfono y una ADSL, solicitas las licencias municipales pertinentes, pagas contribución, pagas comunidad, pagas basura… y todo eso sumado al día a día.
Puede que tengas una buena idea y la presentes a una incubadora de empresas, de gestión pública, de algún ayuntamiento, consejería o ministerio. Pero no tienes 25 años sino 43 y no estás planteando crear una startup sino ejercer tu profesión como autónomo así que las puertas se cierran.
O bien sí eres una startup pero, habitualmente, tendrás que pagar un alquiler, bajo, pero por metro cuadrado. Y la cuenta a final de mes sube a 300 ó 400 euros mensuales el primer año, 500 el segundo. El tercero te dicen que tienes que abandonar la incubadora para dejar paso al siguiente.
Y ahí es donde entran los espacios de trabajo compartido.
Con precios que van entre los 98 y los 250 euros, según el centro y tus necesidades, vas a tener un lugar donde trabajar, con todos los servicios que necesitas para desempeñar tu actividad. Una mesa, una silla, mueble con llave, tienes ADSL cableada y con WiFi, tienes aseos, agua, un teléfono, una sala de reuniones, un office, una cafetera… y no sólo eso.
Lo más importante que te aportan los espacios de coworking es que dejas de estar sólo. Se acabó el trabajo en solitario.
Vas a tener esa sensación de ambiente profesional que no tienes en casa, rodeado de personas con tus mismas inquietudes, con tu misma iniciativa. Profesionales que, como tú, tienen unas necesidades, pero también tienen una cartera de clientes.
Y surgen las sinergias, las colaboraciones, los proyectos impulsados por UTEs de freelances. Tu capacidad competitiva se multiplica. La motivación se dispara.
Y todo eso por un precio que ronda entre los 3 y los 7 euros diarios.
En julio de 2011 y después de casi un año y medio en Proyectran al mando de Oswaldo Brito abandoné la empresa con muchos sueños y aspiraciones, con ganas de hacer algo.
Aquello me llevó a espacioCOworking en la Plaza Irineo González, en Santa Cruz de Tenerife. Un lugar propiedad de un arquitecto de quien no recuerdo su nombre, al que llegué con unas promesas y que abandoné en septiembre después de pasar un mes allí levantando la marca en Internet para que me dijeran que de cobrar nanai de la China. Que aquello era COlaborar.
Al margen de estas anécdotas, llevaba ya un tiempo interesándome por el concepto del coworking en el que luego me me metí a fondo. Aquella experiencia dio pie a NexWorking, una de las líneas (se suponía) de negocio de NexBoreal.
Investigué, contacté, conocí a gente, aprendí y, sobre todo, escribí y divulgué mucho sobre este concepto. También vi que muchos espacios de coworking eran empresas encubiertas o simple captadores de freelances con muchas aspiraciones y pocos ingresos a los que sacaban entre 150 y 300 euros al mes.
Hay que reconocer que incluso NexWorking y NexBoreal lo eran. Y más tarde NexGlobal también. A veces los sueños no siguen el camino esperado.
El texto que acabas de leer fue escrito para NexWorking y publicado el 20 de enero de 2012 en su desaparecida web. Como es obra mía, con permiso de los hados, o sin él, lo recupero hoy (22 de abril de 2024) para esta web. Aprovecho y lo mejoro en algunos aspectos.