Díaz-Giménez a joven periodista: «vuelve a estudiar y haz una ingeniería»

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No es que en mis años mozos y de formación mi generación no creyera que ya que se le instaba tanto a formarse no estuviera en el derecho a trabajar en eso mismo que había elegido.

No.

No fuimos tan distintos.

Pero para mí, ya en aquellos años, con mi melena en retroceso -ya tan joven-, mis camisetas negras de Iron Maiden y mi anarquismo de copia y pega, el derecho al trabajo no existía (ya te veo con los ojos abiertos como platos, pero, por favor, sigue leyendo).

Sigo pensando que no existe (permíteme que me explique antes de que te pierdas en el hate e insultarme en Twitter, llámalo X).

Lo pienso por una razón muy simple.

Si creo en el poder de la individualidad, que no del individualismo, sobre el poder y el control opresivo del colectivismo, en cualquiera de sus formas (y la individualidad implica a reconocer la necesidad de operar en un colectivo, por voluntad propia, de manera libre, a través de un intercambio justo y voluntario, entre partes, sin intervención de terceros), entonces he de creer en la responsabilidad frente al trabajo que puedas hacer. Y me refiero aquí en la responsabilidad frente a lo que puedes aportar a quienes te rodean.

Por lo tanto, no tienes derecho a un trabajo, porque eso implica que alguien está obligado a dártelo (¿la empresa, el Estado?) sino que tienes derecho a trabajar.

Tienes, por el hecho de existir, el derecho a ejercer una actividad que te permita subsistir y aportar a la subsistencia de quien tú consideres (léase tu grupo, tu núcleo familiar, tu descendencia, tu ascendencia, tu perro, tu gata o tu loro).

Seguro que juristas y expertos me dirán que ambas cosas son lo mismo y que mi visión es estúpida.

Lo admito.

No tengo problema con eso.

Soy estúpido (según quien valore).

Pero al derecho al trabajo, para mí, implica que tengo derecho a tener una cosa -o una situación, un trabajo-.

Y eso es falso.

Es esa idea que ya nos inoculaban cuando yo estudié, hacia finales de los 80s del pasado siglo XX. Y es la idea que se inocula a las nuevas generaciones hoy, en 2024.

Tienes derecho, te lo tienen que dar, te lo mereces

Y eso es falso.

¡Estudia una ingeniería!

El trabajo se genera por la necesidad.

Una persona necesita sillas, por lo tanto, alguien tiene la oportunidad de hacer de carpintero o carpintera, fabricar sillas, y proporcionárselas a quien tiene la necesidad, a cambio de una contraprestación.

Si nadie quiere sillas, no existe necesidad.

Tú puedes tener diez mil títulos de carpintería, ebanistería y un experto en coaching de madera pero… ¡oh, sorpresa!… el trabajo no existe.

Porque no existe la necesidad.

Y nadie está obligado a necesitar una silla para que tú tengas un trabajo.

Y eso sí es cierto.

Por no usar la palabra verdadero.

Puedes argumentar que en una sociedad justa y equitativa, de la ideología colectivista X, dirigida por un Iglesias o una Montero -no les critico-, sería así.

Pero déjame que te baje de la parra.

En una sociedad así, el órgano gestor, el Estado, determinaría cuántas y cuántos periodistas harían falta.

Y si son 50, son 50.

Si tú eres la aspirante número 51, te enviarían a estudiar otra cosa.

Tal vez carpintería.

Y tu derecho, en esa sociedad justa, de igualdad de resultados, no existiría. No tendrías ningún derecho a (y no podrías en la práctica) ejercer el periodismo.

Porque serías la aspirante número 51.

Y el estado determinó que solo se necesitan 50.

El mercado, amiga lectora o amigo lector, hace exactamente eso. Hace el papel que haría el Estado en una sociedad totalitaria. Determinar, en función de la necesidad, cuántas personas hacen falta trabajando como periodistas.

Con la diferencia de que el mercado se ajusta mucho mejor a la realidad porque se basa en la necesidad real demandada. Mientras que las sociedades totalitarias se basan en la planificación futura y estimada creando de manera implícita (siempre) un (enorme) margen de error.

Así que, querida Ainhoa Pérez, no te tomes a mal el buen consejo que un señoro, que tendrá el culillo pelado de darse de hostias en el mercado para encontrar su hueco y satisfacer necesidades -por eso estaba en ese programa, de hecho-, te ha dado.

¿Es duro?

Ciertamente lo es.

Pero el boomer ese te lo dice porque las ingenierías, hoy, son mucho más demandadas, que ciertas carreras más tradicionales donde hay un exceso de titulación.

(¡Pues no conozco pocos psicólog@s trabajando en distintos ámbitos de las TICs, ja!)

Nadie, Ainhoa, está obligado ni obligada a darte trabajo como periodista. No tienes derecho a que te den trabajo como periodista.

Pero es que ni siquiera tienes derecho a un trabajo.

Tienes derecho a trabajar.

  • A desarrollar tu camino.
  • A buscar tu oportunidad, o a generarla, como periodista.
  • A encontrar maneras divergentes de ejercer tu profesión.
  • A emprender proyectos donde el periodismo es su base.
  • A emigrar para encontrar mejores oportunidades.
  • A usar tu formación como periodista para ejercer profesiones que se acercan (como el marketing, el copywriting comercial, el mundo editorial y cualquier cosa que se te pase por la mente -imaginación al poder-).

Resumiendo, a producir un bien en forma de producto o servicio que alguien pueda necesitar y obtener una contraprestación que te permita vivir de esa productividad.

Esa es la cruda realidad.

En esta sociedad capitalista, materialista y liberal que tanto criticamos.

Y en una utópica sociedad dirigida.

La necesidad es la que determina el trabajo.


¿Qué tiene esto que ver con lo que yo vendo?

Si tienes un proyecto de emprendimiento, una startup o una empresa ya en funcionamiento con problemas de demanda (no hay suficientes clientes) necesitas saber y tener presente lo antes posible que nadie tiene la obligación de comprarte.

Por muy buena que sea tu oferta.

Si no cubres una necesidad el mercado (las decisiones de las personas que consumen, sean éstas de izquierdas o de derechas o centradas o radicales, que es con lo que se construye el mercado) entonces tus ventas tenderán a cero.

Pero…

Porque hay un pero, pero de los buenos.

La comunicación y el marketing pueden ayudar a que tus futuros clientes descubran que te necesitan.

Pueden ayudar a descubrir que había una necesidad oculta que ignoraba y que tú, tu proyecto, tu negocio, resuelve.

Hay quien lo llama publicidad.

Y quien lo llama inboud marketing (crear valor a través del contenido).

Lo puedes etiquetar como te plazca.

En cualquier caso se trata de aportar, convencer e influir comunicando.

En eso es en lo que yo te ayudo.