Dos mujeres se pelean en el supermercado por este increíble motivo

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Pues sí. Andaba ayer esperando a que llegase el turno del número 57 en charcutería de un HiperDino, una cadena de supermercados canaria -por si no te suena- cuando apunto estuve de presenciar la bronca entre dos kinkis o poligoneras o señoras de barrio, no sé cómo definirlas, por un motivo que no sé si es increíble o estúpido.

Cuando digo que eran dos mujeres no es por una cuestión de señoro. Es porque eran dos mujeres de unos 30 años cada una. Esa es la realidad. (De hecho, en esta ocasión, si la sangre no llegó al río fue precisamente por sus parejas masculinas. Ahora, lo que no dudo es que si se hubiera declarado una guerra en aquel supermercado, esos mismos caballeros hubieran llegado a las manos.)

Y cuando digo kinkis o poligoneras no es que esté despreciando la falta de cultura, educación, saber estar o la falta de vergüenza ajena. Estoy describiendo un hecho, que eran señoras de treinta y tantos, de éstas que salen en Callejeros Viajeros pegando gritos. Y no, no eran gitanas. Eran más canarias que el gofio.

La cosa discurrió así.

Estando en charcutería, una pareja del barrio -la llamaremos poligonera A y poligonero A-, de esas que pegan gritos para hacerse ver, de las que dicen «qué pasa papá» a todo el mundo (de las que añaden, de hecho, la palabra «papá» a todo, lo que denota que eran treintañeros, en caso contrario habrían dicho «bro») estaba por allí, esperando acaramelados (cosa que me pareció bonita, ya casi no se ven parejas demostrándose amor y haciendo el tonto pero pa’bien), a que les tocase su número. Un número después del nuestro, por cierto.

En un momento dado la poligonera A empezó a hablar en alto quejándose de alguien que la miraba. Que si voy para allá y le planto la mosca. Que si le gusta mirar los novios de otras. Que si le voy a quitar la risita de esa cara de mugrienta que tiene.

La verdad, y aunque no fuera conmigo, empecé a sentir vergüenza, todo hay que decirlo. Y hasta me puse colorado. Porque sé que cuando los vi reír y estar felices les eché una mirada, pero una mirada como un padre mira a sus hijos o una dueña mira con felicidad a su mascota porque está haciendo tonterías bonitas. No sé si me explico.

Bueno, de allí nos fuimos con nuestra carne de ave, nuestro jamón, nuestro queso del Castillo y nuestro quesistos majorero y palmero, porque en esta casa otra cosa no, pero quesos que no falten. Y para caja que tiramos.

La verdad, yo estaba esperando a oír el alboroto, a ver las pizzas congeladas volando por los aires, esperaba ver a dos ninjas peleándose a bastonazo limpio con un par de salchichones o lanzarse granadas en forma de pechuga de pollo. A la vez que esperaba ver a un segurita maldiciendo y mentando a la madre de todo dios y preguntándose por qué le toca a él, precisamente a él, estar en ese súper de barrio.

Pero nada pasó.

Da la casualidad que cuando ya pasábamos la compra justo detrás había una pareja. La poligonera B junto a su novio poligonero B. Y aquí me paro para describir al «chaval». De casi 1,80 y armado como un armario y con pinta de cubano. De esos cubanos grandes, gigantes, fuertes como toros, con unos brazos que debían ser como dos brazos míos y un pecho de palomo que debería tener unas dimensiones el doble que el mío, y eso que también mido 1,80, como los que puedes ver en YouTube enseñando crossfit o fitness o cualquier otra cosa con la palabra fit.

Y escucho a la señora treintañera hablando de que quería darle un par de tortas a la poligonera A, que no hacía más que mirarla, que les miraban y se reían, que si patatín y patatán.

Así que le pregunté.

Ella me dijo que sí, que la movida era con ellos. Más bien la movida era entre ellas. Y a eso voy. Al origen de todo.

Cuando estaba en charcutería oí al poligonero A tranquilizar a su walkiria, que no hiciera caso, que se relajara. Cuando estaba en caja la poligonera B era tranquilizada por el hombre enorme que tenía a su lado.

Porque, la raíz de todo.

El origen de toda la bronca.

Lo que casi provoca la extinción del ser humano en el área de charcutería del súper de barrio.

No fue otra cosa sino que…

¡Se habían mirado mutuamente!

Sí, como lo lees.

Una de las dos chavalas miró a la otra. O se miraron mutuamente, en el mismo instante.

Y ambas sintieron que estaban siendo observadas.

Y se sintieron ofendidas.

Así que seguían mirándose porque si tú me miras a mí, yo te miro a ti.

Y porque si miraron. Solo porque se miraron, joder, querían arrancarse el pelo y decirse cuatro cosas.

Solo porque se puto-miraron.

Y ahora háblame de lo evolucionada que está nuestra cultura.